13 abril 2013

Levanta el culo



La clase más bonita de todo el colegio estaba en la segunda planta. Tenía las mejores vistas a la sierra y al mar. Era una tarde preciosa de otoño. Llevaba el pelo suelto. Y recuerdo que por encima del sauce que había en el patio del recreo estaba viendo una de las puestas de sol más bonitas que jamás volvería a ver. Me pasé toda la tarde mirando por la ventana y recuerdo que me prometí recordar siempre ese preciso instante. Y hasta hoy, cumplí mi promesa.

Pero hoy precisamente, cuando creía que todo era una mierda, que nadie le importa nadie, que ya no existe el amor ni el romanticismo tampoco, sentí de nuevo al mirar por la ventana del segundo piso, la necesidad de repetirme que ese sería otro momento que recordaría para siempre.


Es curioso, porque cuando piensas que nada merece la pena, que no encuentras la respuesta a ese laberinto en el que te has metido y no sabes salir, cuando parece que todo es blanco o negro, blando o duro, amargo o agridulce... todo a tu alrededor conspira para arrancarte una sonrisa.


Y de pronto alguien se percata de mi presencia y me tiende su mano por si la necesito. Y otro decide perder al menos un minuto de su vida para observar que con el enfurruñamiento que tengo encima, estoy nadando peor que un pato mareado... y que debería levantar más el culo (sin ánimo de ofender, por supuesto)

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