Habrá que salvarse el alma,
apretarla
y susurrarle que todo va bien,
que todo está bien.
Contarle los planes, los miedos;
contarle las banalidades de un día cualquiera.
Acariciarla, mirarla a los ojos y suspirar, sabiendolo todo y nada.
Habrá que salvarse el alma,
porque a veces se inunda
y se agradece un salvavidas.
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