Decidió que el viento se quedase a su derecha y lanzó la gasa de su cuello sobre la arena. Se descalzó y con ese gesto tan suyo, saltó sobre la improvisada toalla. Se quitó la camiseta, los pantalones.
[más bien imaginó que era él quien se los quitaba mientras su corazón se desacompasaba de cualquier respiración humana posible].
Acostada imaginó sus ojos, sus pestañas sobre su ombligo. Un día - se dijo- tendré que contarle que me encanta su vaivén, despeinarle el pelo, su frente en mi pecho. Su silencio sobre el mio.
Las nubes se escurrían rápido y su piel sudaba como cuando la abrazaba.
Y cerró los ojos y creyó llover a su alrededor. Como hacía él cuando se escondía bajo sus sábanas. Él conseguía la lluvia.
Su lluvia.
Y decidió echarle de menos.
Decidió llorar.
Y llover.
Pero solo consiguió un ruido de tormenta.
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